NUESTRO PARTO: Laura, Agustín, Gricel y Aimé. (por Laura)
El parto de Aimé, Abril 2020
Mi experiencia se remonta al momento en que elegí parir a mi primera hija en una institución privada porque pensé que era lo más “seguro”. Me había informado sobre la alternativa de los partos en casa, me parecía un “ideal”, pero como tal, inalcanzable. Mi compañero Agus y yo no nos animamos a semejante aventura.
Tuve un parto vaginal pero muy lejano de lo natural. una continuidad de intervenciones que no me consultaron, ni me informaron. La información que yo tenía sobre el parto respetado me sirvió para batallar, pero no fue suficiente como para que no sucedieran muchas cosas que no quería. Se rieron de mí ante mis cuestionamientos. Me sentí humillada. Sentímiedo por mi y por mi bebe. Me sentí presa del terror. Tuve la fantasía de escaparme, pero no lo hice. No sentí parir. A mi hija “la sacaron” de adentro de mi cuerpo. Totalmente ajeno. Consideré luego que no podría volver a quedar embarazada. Luego entendí que lo que no quería era sufrir nuevamente violencia obstétrica.
Cinco años más tarde decidimos tener otre bebé. Durante todo ese tiempo seguí indagando en el parto en domicilio, escuché variadas experiencias. Una vez más, los primeros 5 meses de embarazo me choqué con las contradicciones y temores que me generaba el sistema de salud. Un acompañamiento tan poco acompañado, despersonalizado, a través de la medicalización y la patologización. Vale aclarar que hay excepciones… (gente peleando desde dentro del sistema para no reproducir la violencia).
Decidí llamar a una partera, Caro. Hablamos 15 minutos en los que mis temores se aplacaron. Mis dudas centrales se resolvieron, corté y me temblaba el cuerpo, estaba feliz. Quería eso. Convencer a Agus fue más fácil de lo que pensaba (luego de aquella primera horrible experiencia, él y yo queríamos ir por otro camino). Tuvimos una reunión informativa con Caro y Ana, sentí que estaba donde quería estar.
Se inició un proceso amoroso, cuidado, en el que nos sentimos realmente protagonistas. Esto implicó un compromiso también. En esto nadie decidiría por nosotres, Ana y Caro solo nos brindaban la información necesaria como para que tomáramos decisiones conscientes. Todo eso nos provocó vértigo pero también alegría.
El trabajo de parto comenzó en semana 41 y 4 días y sin inconvenientes. Espera que no hubiera entrado en los tiempos institucionales. Desde la madrugada las contracciones, cada vez más fuertes. Caro llegó a las 7am. Yo no pude dormir, y ya para esa hora casi no podía hacer nada. Primer (y único!) tacto. Dilatación completa, pensé “ya falta poco”. Pero no… Llegó Ana. Luego estuve en la pileta un rato, el agua me adormecía. Allí rompí bolsa. Pensé de nuevo “ya falta poco”, pero no. Comencé a inquietarme. Las chicas acompañaban en silencio, se acercaban a ver si necesitaba algo. Me hablaban para tranquilizarme. Mi compañero iba y venía ya que nuestra hija de 5 años estaba en casa. Ese no era el plan, pero la pandemia y la cuarentena modificaron nuestros planes como los de todos y todas. Allí en la pileta comencé a pujar, cada vez más y con más dolor. Después gran parte del tiempo lo pasé en 4 patas fuera del agua. La cabecita ya estaba baja y yo sentía que ni podía sentarme.
Pronto llegó el miedo para quedarse. Pensé “No nace y vamos a tener que trasladarnos. Allí vendrá la cascada de intervenciones”. Trataba de correr este pensamiento de mi mente, pero cada vez me restaba más energía. Seguramente ese temor no hubiera sido tan fuerte si no hubiera sido tan traumático mi paso por la institución durante mi primer parto.
Sentí envidia de aquellos relatos de partos que había leído, cuyas protagonistas habían disfrutado del proceso, riendo, comiendo, bailando, cantando. Yo no podía nada. El dolor de cada contracción me detenía en el tiempo. Solo quería que pasara. No podía ni sonreírle a mi hija cuando venía a ver si yo estaba “bien” y a saludarme. El grito me invadía. Gritos que jamás me escuche gritar. Intensidad animal. Deseo incontrolable de rugir y pujar. Y el fantasma del traslado ahí, paralizándome. Me enojé conmigo, una vez más en ese lugar conocido del desaliento y el autoboicot.
“Confía” me dijeron las parteras una y mil veces. Ya lo había escuchado muchas veces en mi vida y siempre me había costado mucho hacerlo. Me abrazaron, me propusieron bailar, me acompañaron en las posiciones que me surgían. Me sonrieron. Seguía trabada. Me sugerían ir al baño. Aunque fuera lentamente y sin que yo lo registrara, Aimé se seguía abriendo paso.
Se hizo eterno. Yo respiraba mi angustia y la de mi familia. En algún momento vino mi compañero y se sentó a mi lado. Le costaba quedarse porque no sabía mucho qué hacer ante mi desesperación y dolor. Me dio la mano, y esta vez no me esquivó la mirada angustiado. Me sonrió. Al ratito pujé y él me dijo que había visto la cabeza de Aimé asomándose. Ya las chicas lo habían dicho pero creo que sentí que lo exageraban para incentivarme. Comencé a sentir nuevas fuerzas, me conecté con el deseo de conocerla y eso ahuyentó los fantasmas. El “no puedo” se transformó en “lo estoy logrando”. Me pasé al banquito. Pujé esperanzada.
Casi a las 5 de la tarde llegó esa escena tan deseada que había visto en tantos documentales. Llegó Aimé, lloró y yo lloré abrazándola, mientras su cordón nos seguía uniendo. Ahí el inicio de un nuevo estadio en nuestro vínculo, piel con piel, cara a cara. Permaneció en mis brazos. Tomó la teta. Minutos después estábamos llorando de la emoción junto a mi compañero y mi hija Gricel. Realmente no podíamos creer que Aimé ya estaba ahí con nosotres y que todo había sucedido en nuestro hogar y en ese marco de confianza y calidez.
Acá estamos conociéndonos con la nueva integrante de la familia. Felices de haber elegido el camino elegido para recibirla. Entendiendo este proceso vivido como una oportunidad más de esas que nos da la vida para apostar a relaciones sociales basadas en el respeto y libres de violencia.
El embarazo y el parto pueden transitarse de otra forma. Que circulen las experiencias que rompen con lo hegemónico. Que sirvan para de-construir prejuicios y para que conozcamos nuestros derechos.