El parto como experiencia psicosexual
El parto es la culminación de la unión sexual de dos personas. Así como un orgasmo aparece sólo en condiciones favorables, la experiencia del nacimiento se da naturalmente si no se la bloquea.
Muchas mujeres tienen una relación saludable con su propio cuerpo, ya que conocen su anatomía y su funcionamiento sexual. Ellas son, en general, las que más protagonizan su parto al sentir por dónde pasa, dirigen su propio trabajo y defienden sus posibilidades de acceder a ese momento de acuerdo con sus características personales. Otras, en cambio, han delegado en su pareja el nacimiento de su propio cuerpo. Fue el varón quien les enseñó a ser sexualmente, y luego se produjo una repetición de esta conducta en relación con el médico.
Son pocas las mujeres que han aprendido a tactarse a sí mismas, a saber si tienen dilatación, o a darse cuenta cómo se encuentran cuándo el bebé está naciendo (no hay que olvidar que es posible tocarse los labios vaginales, el periné o incluso tomar la cabecita con las manos cuando asoma para nacer).
A través de una relación con el cuerpo más íntima, familiar y cotidiana, es posible un crecimiento sexual a partir del embarazo y el parto.
Recorrer mentalmente y movilizar el interior de la garganta y de la boca sirven muchas veces como recursos para imaginar a la vagina. Decir “la sonrisa vertical” para referirse a esa zona corporal es usar la boca como metáfora de ella. Sirve para acceder a la vagina desde una experiencia más cotidiana y conocida, como comer, tragar, chupar, absorber, escupir, morder, o justamente sonreír, lo cual le otorga una imagen más potente, y la dota de la posibilidad de actuar en forma voluntaria.
Las disposiciones espaciales muchas veces organizan lugares vinculares de poder, y la mujer necesita disponer poderosamente de su cuerpo para poder dar a luz. Lo mismo ocurre en las relaciones sexuales, donde la movilidad corporal con la que los amantes intercambian posiciones le permitan a la vez participar de juegos de roles, en los que, si son flexibles, posibilitan el crecimiento personal y de la pareja.
Ideas alrededor de las posiciones para parir y la sexualidad.
El conocimiento de nuestro cuerpo y de nuestra sexualidad va construyéndose relacionalmente por género, dentro de códigos cultural y socialmente compartidos.
Las primeras experiencias sexuales infantiles que se manifiestan en el bebe a través del placer oral en la lactancia ya van configurando un modo de relacionarse sexualmente con el mundo. Las diferentes posiciones en que es colocado a mamar lo comunican más directa o indirectamente con la mirada de su mamá. En la evolución de los patrones de movimiento, el niño atraviesa distintas posiciones hasta conquistar definitivamente la posición vertical, que lo coloca en un plano de igualdad espacial frente al adulto, con el que comienza a interactuar de un modo cada vez más simétrico.
Con las primeras experiencias sexuales —que van desde conductas autoexploratorias o de autoestimulación hasta las llamadas relaciones sexuales—, se va construyendo un sistema vincular organizado culturalmente alrededor de un esquema de relaciones de poder. Éste se expresa en todos los contextos a través de diversas manifestaciones.
En lo que hace a la sexualidad, la movilidad corporal con la que los amantes intercambian posiciones les permite, a la vez, participar de juegos de roles que, cuando son flexibles, posibilitan el crecimiento personal y de la pareja.
En el Kama Sutra, el más antiguo de los manuales hindúes conocido —escrito alrededor del siglo II de nuestra era y traducido al inglés en 1883—, es posible ver a los amantes en distintas posiciones, desplegando múltiples formas de comunicación sexual, que dan cuenta del tipo de vínculo entre ellos.
Cuando por cuestiones culturales, específicamente de género, la mujer no alcanza su autonomía emocional, sexual, social y hasta económica, sus potencialidades se invisibilizan ante sí misma y ante los demás. La práctica sexual es un espejo en donde se refleja claramente este fenómeno, observable en la rigidez en los cambios de roles en cuanto al registro del deseo, la excitación, la iniciativa y hasta en las posiciones que la pareja va adoptando en su repertorio de conductas sexuales. No es casual que muchas sólo puedan “hacerlo” con la luz apagada, o si ella está acostada en la tradicional posición del misionero. Desde esta posición, la mujer no se siente obligada a hacerse cargo de lo que está sintiendo, ya que en la fantasía de ambos queda como mera receptora y depositaria del deseo del otro. Como no ha sido habilitada para disfrutar sexualmente, acepta en forma pasiva que “la acuesten”, dejando al varón disponer de su cuerpo. Acostada, no alcanza con su mirada a sus genitales, y su capacidad de movimiento se ve limitada.
Pero la cuestión no pasa meramente por tal o cual posición, sino por la posibilidad de movimiento que supone el estar conectada con sus impulsos y sensaciones físicas y emocionales. Pararse o sentarse, o cualquier otra opción vertical, la coloca en otro espacio de acción para el cual ella y su compañero necesitan estar preparados. Disponer de todo el cuerpo, sin ocultamientos, es aceptar mostrarse al varón con los rasgos espontáneos de ese momento más allá de las actuaciones cinematográficas sobre los desempeños sexuales.
Una mujer que conoce sexualmente su cuerpo está en mejores condiciones de elegir aquella posición que facilite su momento expulsivo.
La intimidad se construye de a dos, en un vínculo de pares donde se confía del uso que el otro puede hacer con lo que se vive como vulnerable. Si reconocemos que el nacimiento es un acto sexual e íntimo, la participación que tenga el médico en él deberá respetar ese momento tomando en cuenta el lugar jerárquico que debe ocupar la mujer en el escenario del parto.
El espacio que ella haya elegido ocupar en su vínculo sexual de pareja condiciona aquel que pueda establecer con el médico en el momento de parir. Quien pueda transitar la escena sexual por todos los lugares, y situarse desde diferentes perspectivas, estará más preparada para reconocer desde qué posición abordar la experiencia de parir y hacer nacer. La horizontalidad en el vínculo con el equipo obstétrico será definitivamente la única garantía de que si elige en algún momento por la posición acostada, será su elección y no del que “la acuesta”.
Nuestra propuesta no es la de una posición ideal para parir, como tampoco lo sería para las relaciones sexuales, sino la “no posición”. La defensa de la movilidad que podría encontrarse hasta en la quietud. En las tradiciones orientales, existen muchas alusiones a la importancia de la variación en las posiciones coitales para el logro del equilibrio energético.
En los templos eróticos hindúes de Khajuraho, construidos entre los siglos IX y XIV, pueden observarse esculturas donde los amantes asumen diferentes posiciones coitales.
En Metáforas de la vida cotidiana, George Lakoff y Mark Johnson sostienen que las metáforas orientacionales en el lenguaje dan significado a nuestra experiencia. Así feliz es “arriba”, triste “abajo”. Tener control o fuerza es “arriba”, mientras que estar sujeto a control o fuerza es “abajo”. Estas metáforas tienen una base física y social, y reflejan las diferentes relaciones de poder que se establecen en los vínculos, y que están presentes tanto en el ejercicio de la sexualidad como en tantas otras dimensiones de la comunicación humana.
La danza de las hormonas:
Durante el embarazo, la mujer atraviesa por una suerte de “experiencia cósmica” en la que se amplía su conciencia, por lo que todo trabajo corporal debe favorecer la emergencia de estados similares, que luego puedan ser implementados durante el parto. El nivel de endorfinas presentes en nuestro cuerpo en ese momento compensa las sensaciones desagradables que pueden llegar a surgir, y por lo tanto, nos ayuda a cambiar nuestro registro del dolor haciéndolo más tolerable.
Es muy importante aprender a llegar en forma voluntaria a ese estado de conciencia en el cual el cerebro funciona de un modo más lento, con una predisposición a distinto tipo de percepciones. Esta conexión profunda con la unidad del universo pocas veces se da en nuestras vidas (puede ocurrir al meditar, al bailar, al hacer el amor, al pintar, al escribir) y suele brindarnos una cantidad de recursos novedosos con los cuales normalmente no contamos.
Adherimos a las ideas del médico francés Michel Odent, defensor del parto humanizado, cuando en El nacimiento renacido dice: “Creo que la naturaleza del trabajo de parto y del parto será más y más comprendida como un proceso cerebral involuntario, que puede ser estudiado con mucho más acierto por todos aquellos que se preocupan por los cambios fisiológicos de la conciencia como el sueño y el orgasmo”. (p. ……..).
Los estados de conciencia no ordinarios a los que se accede habitualmente en la experiencia orgásmica son isomorfos a los que se producen durante el momento del nacimiento. Explorarlos para su desarrollo es también una forma de familiarizarse y acercarse a la experiencia de parir.
Odent también destaca en La cientificación del amor el papel que desempeñan las hormonas en el desarrollo del parto, ya que del equilibrio hormonal depende especialmente que éste transcurra en forma espontánea. “La glándula pituitaria posterior tiene que secretar la oxitocina a fin de que las contracciones comiencen y continúen” (p……).
Por otra parte, hormonas como la adrenalina, secretada al sentir frío o también miedo, pueden inhibir las contracciones o intensificar los dolores, del mismo modo que pueden bloquear el amamantamiento. De allí lo beneficioso de un entorno de calma, donde la mujer se sienta relajada.
También las endorfinas desempeñan un rol importante dado que tienen funciones parecidas a la morfina: son una suerte de opiáceos endógenos que actúan como calmantes naturales no sólo protegiendo del dolor, sino también suprimiendo la ansiedad y produciendo un estado general de bienestar. Altos grados de endorfinas pueden inducir a ondas cerebrales alfa, que están asociadas a estados de serenidad o beatitud.
El movimiento incrementa nuestros niveles endorfínicos. De aquí la importancia de participar con cambios de posiciones, deambulación, y todo tipo de acciones que pueda disfrutar la mujer en intimidad con su pareja.
En Nuestros cuerpos, nuestras vidas, del Colectivo de Mujeres de Boston, se alienta a las parejas a participar sexual y activamente en el proceso de parto. Las autoras se dirigen a la embarazada con esta sugerencia: “En las horas anteriores al inicio del parto, dé largas caminatas, tome largos baños de agua caliente, haga el amor si no ha roto las aguas, o hágalo sin penetración si ya las ha roto; dúchese, abrácese a su compañero, bésense, deje que le acaricie los pezones; todo esto estimula las contracciones y la relaja”. (p…….).
Ciertos ejercicios y respiraciones actúan como si las embarazadas a punto de dar a luz estuvieran naturalmente drogadas. Odent afirma haber visto a mujeres en trabajo de parto en estados virtualmente estáticos o de éxtasis: “Los científicos han descubierto conexiones entre las endorfina y la oxitocina, hormona que, entre otras funciones, impulsa las contracciones uterinas durante el orgasmo, el trabajo de parto y el alumbramiento”. Se debe estimular con un entorno favorable que la mujer secrete su propia oxitocina para que no sea necesario su uso artificial, ya que suministrarles a las mujeres drogas calmantes y hormonas sintéticas (oxitocina artificial) obstruiría el equilibrio hormonal. También recomienda el empleo restringido de anestesia peridural, ya que si bien quita el dolor, elimina la participación activa de la mujer durante el parto.
La oxitocina mostró la propiedad de reducir el nivel de agresividad y producir una afectación amorosa. El estudio de mecanismos de neurotransmisión implicados en la conducta sexual muestra que esta hormona forma parte de un eje neuroquímico que participa en el deseo de unirse con una pareja sexual: se supone que estimula el deseo y excitación en los seres humanos.
En las mujeres, la excitación seguida de orgasmo aumenta los niveles de oxitocina plasmática. Ya no queda duda de que el parto comparte no sólo un mismo escenario con la actividad sexual, sino también una manera neuroquímica de funcionar.
El parto es una experiencia psicosexual íntima, y la actitud que una mujer tiene frente a él es la resultante de la relación que haya establecido a lo largo de su vida con su propio cuerpo y su sexualidad.
La mujer ha sido expropiada de este significado psicosexual del parto, por lo que es fundamental que le sea restituido su derecho a parir con intimidad mediante la reapropiación de su cuerpo y del protagonismo en la toma de decisiones que lo involucren.
(Fragmentos del libro “El embarazo transformador” de Viviana Tobi, Editorial Paidós, 2007)