Naciendo en casa

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NUESTRO PARTO: Sabina, Mauricio, Santi (10 años) y Ambar (por Sabi)

 

Las últimas dos semanas de la gestación fueron una sensación de eternidad, donde nos dio el tiempo para sanar y cerrar este ciclo con amor y certeza.

El miércoles 16/5 vino Ana a casa, hablamos mucho, ya había pasado la semana 42 hacía algunos días y le pedí que me haga desprendimiento de membranas. Fueron días donde la confianza iba decayendo y los nervios subiendo. Ya habíamos terminado el arreglo él casa y estábamos listos para recibirte.

Esa noche nos amamos un montón con Mau, veníamos de días tensos. Le pedimos energía a la gente que supo acompañarnos con amor. Mujeres poderosas, compañeras, atentas, uniendo fuerzas para que en las próximas horas nacieras, si no era así, planeábamos la internación en el sanatorio donde trabajaba Caro.

Esa tarde había decretado que quería parir en casa, sabía que así iba a ser. Disfrutaste acá adentro 42.5 semanas.
Esa noche nos fuimos a dormir invadidos de amor y confianza, sabiéndonos juntos.

A las 3 am me despierto mojada, sentí el sonido de la bolsa romperse mientras dormía. Desbordo de felicidad, despierto a Mau y abrazados esperamos que arranquen las contracciones. Al rato llamamos a Ana, seguimos descansando y durmiendo. La cama ya me incomodaba, así que Mau me armo en el piso un rinconcito para mamiferear, entre almohadas, frazadas y la pelota.

Pudimos dormir bastante, él me acompañaba en silencio y sentía su incondicionalidad, su amor profundo.
Alrededor de las 6 am llamamos a las parteras para que se vayan preparando para venir.

La primera en llegar fue Juliette, se hizo un café que aromatizó toda la casa, salí de la habitación para saludarla y volví a mi cueva.

Para ese momento ya estaba entrando a otra dimensión, las contracciones eran más fuertes pero podía dormir un poco. No tengo muchos recuerdo visuales, caminaba con los ojos cerrados, me aislaba y así podía sentir lo que me pedía el cuerpo.

Llega Ana, te escucha y me alienta con que está todo muy bien, nos deja solos en nuestro cuarto, que es nuestra trinchera, oscura, calentita y silenciosa.

Al rato llega Caro, salgo para abrazarla, ya es de día y está lloviendo, miro la ventana un rato, las contracciones ya son más fuertes.

Como kiwi y tomo limonada, todo era un placer de sabores. Quiero bañarme, sé que el agua va a calmarme, me pongo en cuatro patas para que me caiga en la cintura, me pongo toallas en las rodillas y me quedo ahí un rato. Mau me acompaña, al lado mío, en silencio. Salgo, me pongo aceite de lavanda en las sienes y el cuello, a Ana le gusta y tira un aromatizador dulce conjengibre por el aire que me devuelve la energía. Pido salir al patio pero hace frío y la luz me molesta.

Volvemos al cuarto, siento el sacro abrirse, empiezo a llamarte, Ay Ambi bambi, ay Ambi bambi, vocalizo, te canto la Canción para bañar la Luna, me pierdo y vuelvo a concentrarme en la respiración. Ana me mueve la caderas y me meneo, para hacer tu lugar en plena danza.

El cansancio se hace presente y les pregunto a las chicas cuánto falta, en ese momento veo las manos de Ana, iluminadas, bendecidas, la imagen de una virgen de blanco en una cueva aparece, y recupero confianza y fuerza para seguir, sentía el momento muy próximo.

Cuelgan la tela del placard, y en cada contracción me dejo colgar, y descanso en el pecho de Mau que me sostenía. Casi media hora de sentadillas con 25 kilos más. Un calor me sube, me saco la remera, siento el aro de fuego y sé que llegás ya. Ven asomar tu cabeza y de un solo pujo saliste entera. Sentí todo tu cuerpo saliendo del mío. Y ahí estás, en el piso, entre las manos de Ana, tranquila, conociendo tu casa. Cuando logramos desenredarnos me acuesto, estás en mi pecho y nos miramos por primera vez. Estallamos en risas y lágrimas. Vas a los brazos de tu papá, aún faltaba que llegue la placenta, ya me sentía sin fuerzas, repetí con Caro una oración a la Santa Margarita y a los segundos fue el alumbramiento, festejamos, ahora sí, las tres juntas de este lado, conectadas. Placenta, bebé y teta. Nos acostamos en la cama, felices, completas.

Mau va a cocinarnos y nos quedamos las cinco mujeres en ritual. Decidimos la quema del cordón, una ceremonia en la que Caro sostenía la vela blanca y todas hipnotizadas mirando la llama.

Así llegaste Ámbar, cuando quisiste, decidiéndolo todo desde antes de nacer, con amor conciencia y seguridad. Demostrándonos que el tiempo no existe. Gracias.