Naciendo en casa

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NUESTRO PARTO: Belu, Martin, Gaia (por Belu)

 

HOLA, GAIA

Relato de nuestro parto por mamá.
Mamá Belu, papá Martín.
Parteras Ana Becú y Loana Tarzia.

El lunes cuando me levanto, voy al baño y veo un poco de sangre. Había leído en relatos de otros partos que era normal, llamamos a Ana y nos confirma que está todo bien, que estaba perdiendo un poco de tapón mucoso. Nos dice que hagamos vida normal, que es importante porque si uno frena también puede generar que el trabajo de parto frene.

Con Mar, mi compañero, teníamos pensado ir a remar. Él había aprendido hacía poquito y me quería llevar a conocer por adentro los ríos del delta. Mochi y equipo de mate listo y partimos. Estaba bastante movido el río por ser feriado. Mar remaba y yo iba sentada en el banquito del bote con mi panzota. Gaia se hacía sentir, entre movimientos y contracciones suavecitas, sin dolor. Después del paseo tomamos unos mates ya en la orilla.

Volvimos a casa, no sé si cocinamos o pedimos algo para cenar. ¡Pusimos una serie para ver en el proyector, pero al rato le pedí a Mar que la apagara, se había puesto un poco violenta y como todo el embarazo había elegido muy conscientemente de qué estímulos rodearme para cuidarme a mí misma y aumentar mi confianza, este momento no podía ser la excepción, necesitaba relacionar la sangre con la vida!

Nos vamos a la cama leyendo un relato de parto. Ya venía sintiendo un poco de molestia, como un “dolor de ovarios”, sentía que Gaia se movía mucho, la mimamos a través de la panza, le cantamos, nos abrazamos. Mar me recordó el primer beso, hace más de ocho años y ahora acá.

Me despierto por las contracciones, ya más intensas, voy al baño, me siento en el inodoro, vuelvo a la cama, duermo otro poco y así varias veces. No encuentro posición en la cama cuando viene la contracción, algo de estar sentada me ayuda o tal vez la sensación de que hago algo para ayudar me ayuda. Eran las 3 y media de la mañana cuando miré la hora, para las 4 y algo se despierta Mar, yo ya emitía sonidos, quejidos por el dolor que iba aumentando.

Mar prepara todo, barre, pone el cobertor en el colchón y demás. Desde el baño me lo imagino corriendo de acá para allá. Mandamos un mensaje al grupo de las parteras, para que cuando se despertaran supieran que estaba arrancando, que ya estaban pasando cosas.

Mar se iba para armar la pileta. Habíamos alquilado una pileta para partos, que todavía no habíamos sacado de su bolsa. Para las 6 de la mañana la llamamos a Ana, le pedimos que tranquila fuera viniendo, para esa altura ya estábamos probando de aliviar un poco el dolor en la bañera. Me ayudó un poco al principio, fue linda la sensación del agua, aliviaba la presión en el sacro, pero después siento que no entro, giro, me muevo, me levanto en cada contracción, entiendo que ahí no podemos nacer.

Me siento otra vez en el inodoro, Mar se iba y volvía, en una de esas vueltas lo reto, “no me digas que vas a chequear si las parteras responden y te vayas a hacer otra cosa”, a lo que me responde que estaba viendo como inflar la pileta y llenarla, le digo que no me importa la pileta, que quiero que esté conmigo y él me dice que quiere que contemos con la opción. Así que desde ese momento supongo que se encontró con el desafío de estar, y de que la pileta esté disponible también… y lo estuvo.

Cuando llega Ana, cerca de las 8 de la mañana, yo estaba sentada en el inodoro, me ofrece un almohadón para la espalda y me ayuda a vocalizar las contracciones. Esto fue un alivio porque hasta ahí solo gritaba, no sé si porque creía que tenía que hacer eso o eso me salía, con esos “oooohh” fue entender con el cuerpo que la garganta me podía servir, en vez de lastimármela al cuete. Yo seguía desprendiendo tapón mucoso. Escuchamos los latidos de

Gaia, chequeamos presión. Me ofrece un vaso de agua con azúcar, tomo. En algún momento me ofrecen ir a la pileta, digo que no, me dolía y no me imaginaba como caminar hasta la habitación en donde estaba armada. En algún momento Mar puso la lista de canciones y mantras que habíamos seleccionado para ese día, eran todas instrumentales, para no activar el neocórtex prestando atención a ninguna letra y que la mamífera pudiera salir más fácil.

Ana me ofrece apoyarme en la pelota, arriba de la cama. Accedo a probar, apoyo brazos y cabeza en la pelota,

Ana la desinfla hasta que me queda cómoda. Me quedo con las piernas estiradas, pies apoyados en el piso. Me acuerdo y no me acuerdo, estoy ahí y no estoy. Escucho cuchicheos, me duermo entre contracción y contracción, me duele. En un momento pienso en rendirme, en dejar de probar cosas para ver si aliviaban el dolor, entiendo que no va a dejar de doler y que tengo que transitarlo. Empiezo a mover las caderas para un lado y el otro. Ana me alentaba. Me angustio un poco pensando, ¿faltará un ratito o un día?, vuelvo al cuerpo, a vocalizar, a transitar, a moverme como sentía que necesitaba. En algún momento escucho a Ana ¿querrá ir a la pileta?, Mar responde que no cree, Ana dice “no sé si llega a la pileta”. Ese comentario fue un alivio y me ayudó a decidirme, dije: “quiero ir a la pileta”. Yo quería que Gaiu naciera en el agua, saber que podía faltar poco me ayudó a sentirme fuerte para caminar hasta la pileta. En el camino tenía muchas ganas de ir al baño, decía “no sé si es caca o es Gaia”, probé sentarme en el inodoro del baño del cuarto de Gaia, donde estaba armada la pileta, no entendía de nuevo si era caca o era ella. Me dijeron que hiciera lo que necesitaba en la pileta, supongo que entendían que necesitaba escuchar mi cabeza.

La veo a Loa, nuestra otra partera, no sé bien desde cuando estuvo, pero ahí estaba, también presente, silenciosa y disponible.

Me meto en la pileta, me acuerdo que Ana me pregunta si quiero escuchar los latidos de la bebé. Le digo que no, porque me dolía y porque tenía la seguridad de que Gaia estaba bien, estaba naciendo, la sentía moverse, la sentía nacer.

Me puse en cuatro patas, atravesaba las contracciones entre movimientos y gritos que antes de volverse llanto nuestra partera me ayudaba a transformarlos en “ooooaaaahhhhh”.

Tuve un momento de registro, de como estaba, de que estaba pasando, de cómo estábamos. Sentía la cabeza de

Gaia queriendo atravesar mi cuerpo, la sentía, pero también la sentía volver. Mientras lo escribo me parece increíble la sensación vivida, mi bebé atravesándome para conocernos de este lado de la piel.

En cada contracción sentía que se metía en el canal de parto, pero cuando pensaba en lo que estaba pasando volvía. Es que me parecía mentalmente una locura lo que estaba sintiendo y más locura que así tuviera que ser.

Me expreso: “tengo miedo”, era miedo a no poder, a no saber cómo, o a hacerme cargo tal vez de lo mucho que sé cómo. “Ana es muy intenso” le digo. Me responde que sí, que es Gaia que está llegando.

Una amiga hacía pocos días me había contado que cuando su mamá se trabó en el parto de su hermano, le pidió a él que le diga cómo, que la guíe. Mar me sostiene los brazos desde afuera de la pile, me mira a los ojos, me dice “pregúntale a Gaia”. Cuanta red entretejida de amor en este parto…

En algún momento Ana me insiste, es importante que escuchemos los latidos, accedo.

No sé cuánto pasó ni qué, pero me acuerdo de sentirme muy fuerte, del pensamiento que sea lo que sea pero nace. Me vuelvo a expresar, ahora un “yo puedo”. Y hoy siento que fue mi poder y el poder de tantas mujeres, todas las mujeres que me regalaron su relato, su yo pude y vos podés, o su yo no pude y quiero que vos puedas…

Se me viene una imagen a la cabeza que se me pasó por la mente en ese momento, me imaginé a mi gata, Amelie, vomitando. No sé si por como me sentía o porque era lo que necesitaba. Tenía la sensación de que Gaia quería nacer y sentía que salía o salía, o por mi vagina o por mi garganta. Algo de la imagen de la gata me ayudó (hoy entiendo repasando, o racionalizo lo que no puedo entender) a dejarme ser canal, como cuando los gatos se mueven, para dejar salir lo que tiene que salir de su cuerpo.

Sentí a Gaia pudiendo atravesar-me, mis huesos, mi cuerpo, mi ser. Ana me invita a tocarme, a que me fije, que seguro ya puedo tocar su cabeza, confirmo lo que Ana me decía y lo que mi cuerpo ya sentía, siento su pelo en mis manos. Lo veo a Mar.

Con las rodillas apoyadas en el piso de la pileta y mis brazos agarrados de los de Mar siento salir la cabeza de Gaia. Las chicas miran desde atrás y Ana nos va contando. Le pregunto a Mar si la ve, me dice que no, así que le pido que vaya a verla, lo habilito a soltarme los brazos ahora que Gaia está casi toda acá. Pregunto ¿y ahora que hago? Ana responde: “lo que venís haciendo”. En cuatro patas, pujo, o no pujo, nosé, si sé que dejo que Gaia llegue. Ana me avisa que ya salió, y que la agarre yo porque se fue para adelante. No entiendo mucho, pero la veo en el agua, con ese pelo hermoso que acabo de tocar, la agarro, toda resbalosa, la abrazo, me siento y la pongo en mi pecho, llora, lloramos, los tres. Que alegría, cuanta gratitud…

Después de unos minutos todos me ayudan a levantarme y cuando estamos pensando y probando para que las dos salgamos de la pile la veo a Frida, nuestra perra, en la puerta de la habitación, sentada, mirándonos, moviendo la cola.

Caminamos con Mar juntos hasta nuestra habitación. Gaia pegada a mi pecho, cordón colgando de mi cuerpo que todavía guarda la placenta. Nos acostamos en la cama, nuestras parteras nos dejan solos, haciéndonos saber que están ahí. Nos abrazamos, nos miramos, nos olimos, nos enamoramos. Momento sin tiempo. Al rato Gaiu se prendió a mi pecho, mi cachorra, mi bebé, esa parte de mí y de Mar que ya es ella y es nosotros.

Después de un rato vuelven a la pieza las chicas, nos ofrecen cocinarnos. Otro rato solos los tres. Mimos, palabras, no poder creer y a la vez la sensación de que no podía ser de otra manera, estando en casa, en nuestra cama, con nuestra hija.

Cuando vuelven a la habitación las chicas, me proponen alumbrar la placenta, para terminar el parto. Me ayudan a sentarme al borde de la cama, Mar sostiene a Gaiu en brazos por primera vez. Ana me explica cómo ayudarme, me cuenta que va a ser más fácil y placentero. Me ayudo tirando del cordón, sale la placenta. Ana me mira a los ojos y me dice: “Bienvenida”… Me emociono…

Terminó nuestro parto, arrancó nuestra vida de a tres, pude, pudimos los tres.

Me prepararon licuado de frutas con un poquito de placenta para aprovechar sus beneficios. La placenta de Gaiu hoy está en una maceta en el jardín de casa, con un plantín de mandarino gozando sé sus nutrientes. Nos imaginamos a Gaiu comiendo mandarinas de su plantín cuando sea más grande.

Confiaba en que podía, en que Gaia sabía nacer y yo parir. Todo el tiempo sentí las ganas de nacer de Gaiu y la sensación de que el “trabajo” era dejar que eso pasara, permitirme ser canal. Para eso fue fundamental el apoyo de nuestras parteras, durante todo el proceso del embarazo, su presencia en el parto, sus “intervenciones” solo de palabra o mirada para sostener. Tantas mujeres y hombres que nos regalaron su relato de parto, que me ayudaron a ser consiente de que el miedo se puede atravesar, de que el amor puede todo.

Herramientas de visualización, afirmaciones sobre el parto, documentales, libros, rondas de relatos. Amigos y familiares que apoyaban, algunos resonando con la decisión de parto en casa y otros aprendiendo a apoyar desde el no compartir y nosotros aprendiendo a valorar ese apoyo también.

Naciste el martes 13 de febrero de 2018, a las 10:24 hs. de la mañana. Llena de vida y rodeada de amor.

Esta, Gaia, es la historia por mamá de cómo naciste, valiente, segura, confiada. Te admiro por cómo decidiste nacer, por toda tu fuerza y liviandad a la vez y te agradezco infinitamente por el camino que nos guiaste a transitar y que recién arranca. Te amo toda, siempre.