Naciendo en casa

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NUESTRO PARTO: Daniela, Juan y Joaquina (por Dani)

 

El jueves 24 de octubre tuve mis últimas sesiones con pacientes por Skype. Pensaba seguir atendiendo hasta que naciera Joaquina, pero era una fuente de estrés y demanda que ya no estaba dispuesta a aguantar.

Esa noche mientras Juan dormía me quede sola, con insomnio como la mayor parte del embarazo, pensando y dándole vueltas en la cabeza a temas. Todo el embarazo estuvo acompañado de muchísimos momentos de reflexiónes muy profundas, casi místicas, metafísicas, no sé, pero de cuestionarme todo, sentir que todo lo que sabía se estaba dando vuelta, arribar a nuevas conclusiones, descubrir nuevos lugares. Esa noche le dije a Mandarina (era el nombre de Joaqui antes de nacer) que a partir de ese momento viniera cuando quisiera, que ya estaba todo listo.

El viernes me levanté a media mañana, iba a ir a casa de Mariana y visitar a Cali. Me bañé, cambié, fui al cajero donde hice una cola larguísima y nadie registro mi mega panza ni nada, fui a la dietética y compre patitas de pollo veganas y alfajores, me tome un taxi para allá.

Comimos, charlamos y a la altura del alfajor me empezó a doler un poco la panza, como cólicos cuando estás mal de los intestinos, y ganas de ir al baño. Al cabo de un rato ya no podía pilotearla más, me dolía y quise irme a mi casa y al baño, urgente. Mariana y Nico (y Cali) me llevaron en auto hasta casa. El viaje se me hizo eterno, cada movimiento del auto me resultaba incomodísimo, y además sentía que me hacía encima. Me ofrecieron quedarse conmigo, pero yo lo único que quería era estar en casa, sacarme la ropa y no tener que hablar.

Cuando llegué, me saqué la ropa en la puerta y fui volando al baño. Largué todo. Había escuchado que el trabajo de parto a veces debutaba con diarrea, o algo me había caído mal, a esas horas todavía no podía saberlo. Traté de no hacerme la cabeza porque no quería comerme una falsa alarma, así que fui viviendo la situación sin engancharme demasiado.

Ir al baño me alivio, pero las molestias en la panza siguieron. Eran como dolor menstrual pero un poco más contundente. No horrible pero molesto. Me puse un remerón, prendí el ventilador a mil y me tiré en la cama a ver la tele. Me moría de calor, me sentí re bien de estar cómoda en la cama. Aproveché el rato para bajarme una aplicación para contar contracciones. Los dolores venían cada 20 minutos en promedio, a veces más a veces menos, pero por ahí. Tipo 17hs. le mandé mensaje a Juan, algo así como: “no es para que vengas corriendo, pero paso esto esto y esto”. En el fondo lo que quería decir era “che, me parece que esto está arrancando anda viniendo tranqui”. Pasaron las horas. En general Juan llega tipo 19hs, eran las 20.30 y todavía no aparecía. Llego 9 menos cuarto, lo habían hecho quedar en el trabajo hasta tarde y traía un humor de perros. Él me ladró, yo le ladré y se metió a bañar. Me quede re caliente pensando “no puedo creer que justo este momento lo arranquemos peleados”. Me puse a escuchar “De parto” de Serrat. La había escuchado durante el embarazo y la quise escuchar por última vez, como una despedida de la canción, sabiendo que una vez que naciera Joaqui ya no me iba a emocionar tanto como estando embarazada. Juan salió de la ducha tranqui.
Decidimos pedir pizza para cenar y a su vez encargamos una docena de empanadas por si necesitábamos provisiones para rato. Juan fue a comprar frutas ricas para tener stock. Llegó la pizza y comí una porción, no tenía mucha hambre. Miramos tele un rato y después fuimos a la cama a ver una película.

En la cama el dolor se empezó a poner un poco más intenso, tanto que me distraía de la película y me empezó a agarrar un malhumor fatal. Todo se empezó a poner raro e incómodo, no entendía la película (era una comedia liviana), daba vueltas en la cama, me molestaban las sabanas y la ropa, cambiaba de posiciones. En un momento no aguanté más y le dije a Juan que me iba un rato al comedor “porque la habitación está rara”.

Estuve caminando un rato por el pasillo, el comedor, daba vueltas. Juan vino conmigo y creo que ahí le avisamos a Ana y Caro, nuestras parteras, de lo que estaba pasando. A esa altura yo estaba convencida de que la situación era irreversible y que no era una falsa alarma. Juan creo que todavía no se había dado tanta cuenta.

Estuve un rato con la pelota de esfero arriba del sillón. Me fastidiaba todo, me saque lo aritos y los tire al piso. Iba hacia adelante y hacia atrás en cuatro patas sobre la pelota. Me salían algunos gemidos de molestia y pensé que si alguien me veía desde afuera pensaría que la estaba pasando bien, tipo parto orgásmico, pues no.

Las parteras sugirieron que me diera una ducha y que cualquier novedad les avisáramos. Prendimos la ducha y el contacto con el agua caliente fue mágico. Como que se cortó todo por un rato.

Al salir de la ducha volví a la cama, ya sin ropa envuelta en un tallón. Ahí arranco todo de vuelta. Le cedí a Juan el control de la aplicación de contracciones. Mientras yo me retorcía, de a ratos vi que Juan miraba videos en el celu. Quise matarlo, le pedí que largara el teléfono (de mieerrrrda) y lo hizo. Dolía mucho y al cabo de un rato decidimos volver a la bañera donde estuve más cómoda.

Mientras me metía en la bañera recuerdo que me empecé a reír, “que bizarro es esto por dios”, Juan me dijo ¿qué tiene de bizarro?”. Creo que yo ya estaba en otro plano y veía todo raro, desformado. Flasheé que por el pasillo venía mi obstetra con una jeringa gigante. Dolía demasiado. Si en este punto me hubieran preguntado habría aceptado cualquier analgesia…pero #partoencasa. “Esto es una locura, porque estoy haciendo esta locura”. En la bañera los gemidos se transformaron en gritos, “quiero que pare”.

Me retorcía, boca arriba. Contaba cuando empezaba el dolor contaba: 1, 2, 3…en general llegaba a 41 aproximadamente y ahí empezaba a aflojar. La aplicación preguntaba la intensidad, no sé, media, fuerte, ahhhhh, empezaba otra vez. Como olas, sí, pero de esas que te tiran aparatosamente al suelo. Me enojo, “vienen demasiado seguido, duran demasiado, duele demasiado”, “es injusto”, no hay oficina de reclamos a donde quejarse, igual estoy enojada con lo que en ese momento considero una injusticia. “No me hagas caso con lo que voy a decir, pero me iría a un hospital”. Lo digo en voz alta, casi en chiste y aclaro para que Juan no se asuste y piense que de verdad quiero ir. Ni se me pasa por la cabeza. No hay chances de que me mueva de ese baño. Le agarro la mano a Juan, le doy la mano, la retuerzo, me agarro de una agarradera de la ducha. Los gritos son una OOOOOO, interminable. La aplicación muy prolija nos avisa que por la frecuencia de las contracciones ya es momento de salir a la clínica…
En una Juan mirando Google me dice “estas son falsas contracciones “, lo quiero fulminar.

Llamar a las parteras, no llamarlas. “Esperemos a que pase más tiempo deben estar durmiendo”. Soy una parturienta muy considerada, jaja.
“Avísale a las chicas, que vengan”, “¿les avisaste?”, “¡que vengan!”. Necesito que algo o alguien me venga a salvar de esta.

Juan habla con Ana. Le pido que se aleje para que no escuche mis gritos, Ana le pide que se quede para escuchar mis gritos. Dice que viene.
Sigo con los conteos, y no paso de 3 porque todo se nubla de dolor, ya no puedo pensar y pierdo la cuenta. No termina una que ya empieza la otra y no me da tregua. En el medio me duermo y sueño, dura segundos. “Soy la dolorosa”, pienso, en alusión a la imagen de una virgen. Me veo panza arriba llorando gritando pataleando inerme y siento el desamparo más profundo que una persona puede sentir.

Aparece en mi mente la idea de que “esto me está pasando para que yo entienda cómo se siente mi bebe cuando llora”. Una angustia desesperante me crece en el pecho.

Juan pone un cartel en la puerta de casa por si un vecino se alerta por los gritos. No puedo concebir la idea de que alguien interrumpa. No puedo concebir la idea de que Juan se vaya de al lado mío. No sé cómo voy a hacer cuando llegue Ana y me deje sola. Necesito a Juan conmigo más que nunca en la vida.

Ya no me aguanto más el agua y quiero salir, tengo frío, calor, sed. Salgo de la bañera y solo llego hasta el inodoro. Quedo ahí sentada y ya no me puedo mover. Veo que me está saliendo un hilo de sangre que cae al inodoro. Después sale el tapón. Me alienta verlo porque me hace sentir que las cosas están avanzando.

El dolor no me da tregua, no me alcanza el aire para respirar. Me estoy muriendo. Veo la alfombrita del baño a mis pies. Tiene escrito “All you need is love” y dibujos de manchas de colores, las manchas de colores se mezclan con manchas de mi sangre. Suena la canción en mi cabeza “All you need is… love”. Mientras tomo agua con mi botella térmica constantemente, me muero de sed. Sentada en el inodoro soy Rocky Balboa en el ringside esperando el próximo round.

De repente las contracciones cambian y empiezo a sentir que me estoy dando vuelta por dentro, la sensación es como de unas ganas de vomitar que me vienen desde adentro del útero pero no vomito. Cuando viene esa sensación los gritos cambian y se convierten en rugidos, interminables. Graznidos guturales, como de cantante de death metal que jamás, jamás, jamás podría conseguir hacer voluntariamente. Se me rompe la garganta y todo el cuerpo.

Suena el timbre, es Ana. El tiempo que Juan le baja a abrir se me borra, o no me doy cuenta o no lo recuerdo. Cuando llega le digo “Ana disculpa que te reciba así” (se lo digo en chiste por recibirla en bolas sentada en el inodoro, pero en mi estado nada suena chistoso). Se descalza, se pone una vincha y entra al baño conmigo. Ana llega como volando, no hace ruido, es como un hada de los partos. Nos pide que pongamos una remera sobre la luz del baño que está super fuerte. Yo ni la notaba, veo todo rojo y oscuro. Real, en mi recuerdo desde que todo empezó lo recuerdo en la semi oscuridad.

Respiro entrecortado. Cada contracción me deja tan sin aire que después parezco un pez boqueando afuera del agua. Ana me sugiere que inspire por la nariz y eso me ordena un poco. Me siento desbordada y todo lo que me dicen me parece imposible de hacer, siento que no puedo nada, pero voy pudiendo. Ana me pide escuchar los latidos de la beba en reposo y después durante la contracción. Pensar en la próxima contracción me desarma, pero obvio que accedo. Escucha y los latidos están ok.

Hablo mentalmente con Mandarina y le digo “estamos bien bebé, vos hace lo que tengas que hacer y yo hago lo mío”. Se lo digo con el más absoluto de los egoísmos porque posta que en ese momento lo único que quiero en el universo es que esto se termine. Ella dentro mío patea a lo loco para salir. Yo no hago nada, solo grito y me dejo hacer. Aguanto. Ana me pregunta si quiero tomar unos glóbulos de homeopatía y le redigo que sí. Hubiera tomado lo que sea para que aliviara.

Por momentos tengo frío, por momentos calor así que abren la puerta, cierran la puerta, una y otra vez. Mi baño es muy chico así que decidimos que Juan salga. No había oxígeno para los tres y me hace mucha falta la presencia de Ana. Juan se va a hacer mate y en eso llega Caro.

Le digo a Ana “ME ESTOY MURIENDO DE MIEDO”. Se lo digo mirándola a los ojos como queriendo mirarle el alma para que entienda que tan literal es mi sensación de que me estoy muriendo de miedo. Ana me dice que eso es señal de que está muy cerca y que la naturaleza es así, intensa.

Las contracciones vienen una tras otra. Tengo la sensación de que los ojos se me van a salir de tanto hacer fuerza. Siento tanta presión abajo que parece que se rompe. En una me veo en el espejo del baño y me doy una lástima que me agarraría a upa a mi misma. Varias veces me sale decir “mamá” como una cría que se perdió en medio de la noche.

En eso me entero que esta por salir la cabeza. Ana me pregunta si no quiero pasarme al bidet para que no nazca en el inodoro. No puedo, me niego, no me importa que nazca donde sea. Caro trae el banco de parto, lo intentan pasar, pero no entra en el baño. Sigo en el inodoro, Ana pide los guantes y una toalla.
Empiezo a sentir un ardor fatal, fuego del infierno que me quema abajo. “¡Quema demasiado!” grito. Instintivamente me pongo en cuclillas, pero quedo apretada en un espacio muy pequeño entre el inodoro y el vanitory. Me paro, levanto una pierna arriba del canto de la bañera y en un mega pujo que me sale del alma sale Joaquina toda de una vez. Eran las 9 menos cuarto de la mañana del sábado.

Ana la ataja con la toalla y yo caigo sentada en el inodoro. “¡Gracias a Dios!, ¡Gracias a Dios!” grito (soy re atea) pero no puede ser la felicidad que siento. Miro para arriba y Juan me mira con la cara de felicidad más grande que vi, se tapa la boca y llora emocionadísimo. No puedo creer que ya pasó, estoy en el cielo.
Ana me pasa el bichito que se mueve envuelto en una toalla verde y lo agarro como puedo, ni miro y nos vamos caminando para la pieza despacito porque el cordón tira un poquito.

En la cama le veo la cara a mi bebé y no lo puedo creer. ¡No lo puedo creer! “¡Con todo lo que te imaginé y estás acá con nosotros!”. Es perfecta y todo me parece un milagro.

Me traen mate, arándanos, galletitas con queso, tengo un hambre tremenda. Todo es alegría. Me siento una reina.

Acercamos a Joaqui a la teta y prende. La sensación es rara, dolorosa y empiezo a sentir contracciones de vuelta. No me gusta sentir eso de nuevo. Al ratito siento presión, hago fuerza y alumbro la placenta. Ahí el alivio fue sublime. Me sentía de diez. Al rato brindamos con licor de mandarina (si, a las 10 de la mañana). Las parteras se van y quedamos los tres en la cama muertos de amor, y al menos Joaqui y yo no nos movimos de ahí por mucho, mucho tiempo.

Los primeros días después del parto quedé medio tocada. Había sido demasiado intenso y por más que estaba super preparada y sabía todo lo que iba a pasar, me avasalló bastante. Me venían flashbacks y tenía pesadillas, pero con el correr de los días fue pasando el miedo y el recuerdo del dolor. El empoderamiento llegó con el tiempo. Estoy tan agradecida de la decisión que tomé, no me arrepiento ni por un segundo. Dejó la vara re alta con respecto a mis capacidades, me siento muchísimo más fuerte que antes porque vi todo lo que soy capaz de bancar. Y a mi cuerpo le prendo una velita cada noche porque la verdad… Tiene aguante ilimitado. Antes del parto me consideraba físicamente débil. Ya no.

La recuperación fue incómoda, pero veloz y constante. Cada día progresivamente mejor hasta que para el día 44 en todo concepto ya no había ni la más mínima secuela del parto. De hecho, ahí abajo se ve todo mucho mejor que como se veía antes de quedar embarazada 😉

Y esta historia de amor siguió y siguió y siguió y se escribe cada día. Solo terminó el capítulo parto, para darle paso al capítulo puerperio. Queda en palabras en este relato y la experiencia guardadita en mi corazón mientras mi cuerpa viva.